domingo, 15 de febrero de 2009

Gabriela Mistral

Artista del mes:

Gabriela Mistral (I parte)

Arte:

Literatura.

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Hola, bienvenido a esta nueva sección: “Artista del mes”, en la cual podremos adentrarnos en la vida de grandes artistas que se han expresado a través de sus obras, mismas que impactaron por su contenido y sobre todo por la influencia y emociones que despiertan ante la sociedad, contribuyendo a la evolución de la historia del arte. La obra del artista está creada de la misma esencia que él, de la misma sangre y las mismas vivencias; la obra del artista es la expulsión del ser aquel inexplicable, endemoniado, confuso, pero real, que se vuelve necesario materializar para seguir lúcido, dando explicaciones ante los demás que a veces resultan innecesarias del porqué de su creación, pienso que el resultado del arte tiene voz, nombre, raciocinio propio y se explica perfectamente a sí mismo. Por tal motivo, la creación de un artista no es otra cosa que la destilación más pura e íntima de su ser. Si eres alguien interesado en el arte, con las ganas, la pasión y la emoción de crear, dando ser y vida a unas hojas en blanco, al barro, a un óleo, o a un piano y sueñas con lograr algo parecido a lo que nos ofrecen estos artistas; siéntete privilegiado, pues tienes la materia prima con que cuentan un gran escritor, un gran escultor, un gran pintor o un gran músico: los sentimientos; lo demás está en tus manos y en la libertad que te permitas crear en tu mente.

“Yo escribo sobre mis rodillas y la mesa escritorio nunca me sirvió de nada, ni en Chile, ni en París, ni en Lisboa. Escribo de mañana o de noche, y la tarde no me ha dado nunca inspiración, sin que yo entienda la razón de su esterilidad o de su mala gana para mí. Escribir me suele alegrar; siempre me suaviza el ánimo y me regala un día ingenuo, tierno, infantil. Es la sensación de haber estado por unas horas en mi patria real, en mi costumbre, en mi suelto antojo, en mi libertad total.

La poesía es en mí, sencillamente, un regazo, un sedimento de la infancia sumergida. Aunque resulte amarga y dura, la poesía que hago me lava de los polvos del mundo y hasta no sé de qué vileza esencial parecida a lo que llamamos el pecado original, que llevo conmigo y que llevo con aflicción. Tal vez el pecado original no sea sino nuestra caída en la expresión racional y antirrítmica a la cual bajó el género humano y que más nos duele a las mujeres por el gozo que perdimos en la gracia de una lengua de intuición y de música que iba a ser la lengua del género humano. Es todo cuanto sé decir de mí y no me pongáis vosotros a averiguar más.” Gabriela Mistral.

BIOGRAFÍA
Nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña, pequeña ciudad del valle de Elqui en Chile, siendo su nombre completo Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayata.
Su padre, Juan Jerónimo Godoy, fue maestro de escuela con una sólida formación en latín, griego, filosofía, literatura y teología, Petronila Alcayaga, su madre, fue modista y bordadora.
A los pocos días del nacimiento de Gabriela, la familia se traslada al pueblo de La Unión, conocido hoy como Pisco, donde crece entre canciones de cuna de su madre (que tendrían gran influencia posteriormente dentro de su obra Ternura) y prolongadas ausencias del padre. Cuando Lucia tiene la edad de tres años, su padre abandona el hogar definitivamente por tener problemas económicos para sostenerlo, por lo que la figura materna es esencial en la infancia de la poetisa, como lo atestigua su composición en prosa “Evocación de la madre”. Después de este suceso, Petronila Alcayaga decide dejar La Unión y establecerse junto con Lucia en Montegrande, lugar en la que vive su otra hija, Emelina Molina Alcayaga (quince años mayor que Lucia y fruto de un matrimonio anterior), que ejerce en la aldea como maestra rural y de quien Lucia recibe las primeras lecciones escolares y aprende a leer. Años más tarde reconocerá la importancia de la palabra de su hermana en su formación y le rendirá tributo en su poema “La maestra rural”. Lucia vive su infancia rodeada por las majestuosas montañas de los Andes en el valle de Elqui, el lugar que siempre le acompañará y al que siempre querrá tornar a través de sus poemas.

Las plantas, las flores y los animales que rodean la infancia de Lucia adquieren nombre propio de la mano de Adolfo Iribarren, quien enseña a la inquieta niña, botánica, biología, geografía y astronomía. Los cuentos, fábulas y leyendas de la región, que conoce a través de los relatos de las gentes del lugar, completan su formación.

En 1900, Lucia abandona el valle de Elqui para ingresar en la Escuela Superior de Niñas de Vicuña. La experiencia resulta traumática para la niña, pues es acusada de haber robado unos cuadernillos de papel y sus compañeras la apedrean. Lucia rehúsa defenderse, aunque es inocente, y abandona la escuela. A su regreso al hogar familiar pasa una época sin querer volver a estudiar. En 1901 Lucia y su familia, compuesta por su madre y su hermana Emelina, abandonan el valle de Elqui y se desplazan a la población de La Serena, luego se traslada la familia a la población costera de Coquimbo.
Ya con una visión y experiencias sobre el mundo, Lucia a sus trece años escribe sus primeros versos. La niña no vuelve a ser matriculada en el colegio y comienza su formación autodidacta.
En 1903 es nombrada profesora ayudante de la escuela del pueblo de La Compañía Baja, próxima a La Serena; a esta profesión consagrará toda su vida.
En 1904 conoce al periodista Bernardo Ossandón, quien le permite el libre acceso a su magnífica biblioteca, lo que será crucial en su formación. El 30 de agosto aparece en el periódico El Coquimbo su primera publicación, el cuento «La muerte del poeta», que firma con su nombre verdadero.
En 1905 decide formarse como maestra, para lo que solicita su ingreso en la Escuela Normal de La Serena, pero es rechazada por las ideas vertidas en sus artículos periodísticos, al ser consideradas ateas y revolucionarias, impropias de una maestra destinada a formar niños. No obstante, continúa dictando clases en la escuela de La Compañía. Colabora en el periódico La Voz de Elqui aún bajo su nombre verdadero, aunque en algunas colaboraciones utiliza los seudónimos de “Soledad”, “Alguien”, “Alma”, “X”, “Alejandra Fussler”, y el que le acompañará más tarde para siempre, “Gabriela Mistral”(seudónimo que se dice adoptó por las razones siguientes: Gabriela debido a la admiración a Gabriele D'Annunzio que fue un novelista, poeta y dramaturgo italiano, entre sus novelas se encuentran El placer y Las vírgenes de las rocas; luego el apellido Mistral, lo tomó por la admiración a el poeta francés Federico Mistral, cuya obra cúspide es Mireia; fue ganador del Premio Nóbel de Literatura en 1904).

En 1907 Lucila es trasladada a la escuela de La Cantera, en un pueblo dentro de la provincia de Coquimbo. En este lugar conoce a Romelio Ureta Carvajal, empleado ferroviario que se convierte en su novio. Con el propósito de ganar dinero en las minas parte al norte, prometiéndole a Lucila que se casarían cuando volviera. A su regreso, acontecido al poco tiempo, se rompe la relación y Lucila debe sufrir la decepción de verse reemplazada por otra mujer.
En 1908 enseña en la escuela de La Cantera, villorrio cercano a Coquimbo. Posteriormente es nombrada secretaria en el liceo femenino de La Serena. Algunos de sus poemas son incluidos en la antología Literatura Coquimbana, preparada por Luis Carlos Soto. Por esta época Lucila se acerca a la obra de Rubén Darío, cuyo mundo la cautivan.
En 1909 ejerce como maestra en la escuela de Cerrillos (Coquimbo). Continúa publicando en los periódicos El Coquimbo y La Tribuna y comienza a colaborar en la revista Idea. Luego de haber sustraído dinero propiedad del ferrocarril del que era empleado, Romelio Ureta se suicida. En su chaleco se encuentra una tarjeta y una foto de la escritora, por lo que se la considera causante de esta muerte, lo que siempre negará Lucila, pues en aquella época ya no tenían ningún trato. La noticia impacta a la poetisa y la sume en un profundo dolor que se trasluce en «Los sonetos de la muerte», elegía en la que muestra su amor hacia Romelio y reclama el derecho a poseerlo al menos en la muerte.
En 1910 realiza un examen en la Escuela Normal n.º 1 de niñas de Santiago con el fin de obtener el título de maestra, objetivo que finalmente alcanza. Tras este logro es destinada a la escuela rural de Barrancas, localidad situada al norte de la capital. Posteriormente pasa a ejercer como profesora de secundaria en el liceo de niñas de Traiguén, situado al sur del país en la zona conocida como Araucanía, y comienza una vida itinerante que la llevará en su profesión de maestra por diversas escuelas e instituciones del país.
En 1911 es trasladada al norte del país, a la región minera de Antofagasta, donde desempeña el cargo de profesora de geografía e historia.
En 1912 un nuevo traslado lleva a Lucila cerca de la capital, para desempeñar su cargo de inspectora y profesora de geografía y castellano en el Liceo de Los Andes. Publica algunos poemas en la revista Sucesos y contacta con Rubén Darío.
En 1913 Lucila recibe de Rubén Darío una cálida respuesta que la llena de alegría: en la revista que dirige el gran poeta saldrán publicados su poema «El ángel guardián» y su cuento «La defensa de la belleza». Comienza a emplear su seudónimo definitivo, Gabriela Mistral, que alterna con su nombre verdadero, en publicaciones como la Revista de Educación Nacional y Norte y Sur.
En 1914 bajo el nombre de Gabriela Mistral, que ya nunca abandonará, envía una colección de poemas titulada «Los sonetos de la muerte» a los Juegos Florales de Santiago, concurso organizado por la Sociedad de Artistas y Escritores de Chile. Gabriela obtiene el primer premio, pero no lo recoge por recato, a pesar de asistir a la ceremonia de entrega, en la que se mantiene alejada como un espectador más. A partir de este certamen adopta definitivamente el seudónimo de Gabriela Mistral...

Gabriela Mistral en su estudio

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