jueves, 16 de octubre de 2008

▒Ángela Rosas


ÁNGELA ROSAS

LABOR LITERARIA:
  • Miembro activo de la Sociedad de Escritores de Durango, A.C.
  • Maestra Normalista con Licenciatura en la UPN. Colaboradora en diversos Periódicos y revistas
  • Directora fundadora del a Revista “Tay Xibcam -Fuego Nuevo”
  • Directora Fundadora De La Revista Cultural Sindical “Nosotros”


  • Directora fundadora de la Revista “Renovación” de la Del. DI-IV de jubilados y Pensionados de la Sección 12 del SNTE de 1997 a 2007
  • Colaboradora editorialista de la Revista “Actualidades Femeninas” de 2002 a 2005 Correctora y Colaboradora en el libro de “Leyendas de Durango”, Vol. 5

  • Recopiladora y Participante en la Antología Poética de Maestros Jubilados y Pensionados “Inspiración en el Ocaso”

  • Participante en el Libro “Durango, voces en Lontananza” del 1er Certamen Literario Cecilia Ramírez Piña” 2003 en la categoría de Crónica

  • Sus Cuentos han sido publicados en las antologías “Juan Soriano en Durango” y “La Cópula de las Cigarras” de Guillermo Samperio.

  • Colaboradora en el Poemario “Poesía Viva, Poetas vivos”

  • En la Semana de las letras del IMAC en diciembre de 2007 presentó la novela “Los Fragmentos de Cristal”

PREMIOS:

  • Primer Lugar en el Concurso de Calaveras Organizado por la Casa de la Cultura 1987
  • Tercer Lugar en el Concurso Estatal de Ensayo “Testimonio de la Labor del Maestro”, en el Edo de Zac. Diciembre de 2001
  • Primer Lugar en el Concurso Estatal “Creando Historia Para Jóvenes” organizado por el ISSSTE en 1996
  • Primer Lugar en el Concurso Estatal “Creando Historia Para Jóvenes” organizado por el ISSSTE en 1997
  • Primer Lugar en Cuento en el Concurso del ICED Tonalco1999
  • Mención Honorífica en el Concurso Nacional Cómo Aprendí a ser Maestro organizado por el SNTE en Noviembre de 2000

  • Primer Lugar Nacional de Literatura en los XX Juegos Nacionales Culturales de los Trabajadores Ricardo Flores Magón 1998


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ROJO ES EL JUEGO
Ángela Rosas



Casi oscurece, la plaza de armas está llena de gente como cada domingo; sin embargo, en la esquina suroeste se empieza a caldear el aire; algo flota en el ambiente, los niños pequeños que juegan cerca se alejan de él al otro extremo, quizá guiados por su instinto. Grupos de jóvenes empiezan a reunirse. La mayoría viste con cierta peculiaridad, pantalones negros de mezclilla; negras también son las playeras, de modo que los uniforman; el motivo grabado en el pecho varía, esqueletos, calaveras, flamas encendidas, motos, siluetas de cantantes famosos, frases irreverentes; puede leerse en sus torsos. Cabelleras largas, en hombres y mujeres, algunos lucen el pelo en crestas de color verde, naranja, rojo.

Un grupo de adolescentes se ha apartado hacia la fuente y se tiran sobre el cuidado pasto que la rodea; sus melenas les cubren el rostro. Muchachos y muchachas ambiguos, con un toque de feminidad indefinible pero de apariencia frágil y cuidada.

El sol se esconde cumplido su horario como cualquier burócrata cansado. Las nubes pasan a tonos violetas que desaparecen en el horizonte hasta perderse en el azul oscuro de la noche. Las luminarias bañan de luz los rostros de los jóvenes en cuyos cuerpos empiezan a brillar metales, anillos enormes en los dedos, pulseras con picos en las muñecas, navajas de muelle en las manos.

Maten a un emo, se escucha como un rumor.

Los que agreden son casi niños. Muecas de odio distorsionan los rasgos adolescentes. Van hacia el grupo unisex que se refugia entre los arbustos y la fuente.

El ataque y la desbandada empiezan al mismo tiempo. Con desgano, los frágiles huyen. Los persiguen en desproporción numérica, cada uno es seguido por una o dos decenas de atacantes.

Los acorralan contra los muros de cantera de los edificios que enmarcan el cuadro de la plaza, empiezan a patear, a golpear. Gritan como salvajes.

Un adolescente de playera rosa y pantalón entallado es el primero en caer. Se escucha su gemido. Aquí estoy, mátenme, eso quiero. Como enjambre, lo cubren de golpes un montón de muchachos vestidos de negro.

Hace poco que han dejado los juguetes y su instinto lúdico retorna para convertirlos en bárbaros. Armados con picos y artefactos punzantes dan estocadas y golpes a los indefensos del otro grupo que tratan de cubrir su rostro con resignada calma.

Las camisetas sudadas se les pegan como segunda piel, salpicada de sangre. Nadie toma ni un segundo para recuperar el aliento.

Llegan más en oleadas, sin dar tregua a los que se han convertido en víctimas. Atacan en espiral diabólica, golpeando, destrozando, buscando sangre.

Los paseantes que han presenciado la pelea llaman por celulares a la policía. Varias patrullas llegan derrapando y hacen despliegue de fuerza con luces y sirenas. La plaza de armas se impregna de irrealidad. ¿Están dentro de una película de acción? Otros de los perseguidos caen, todos contra ellos, patadas, golpes y maldiciones. Los uniformados propician la desbandada. Atrapan a muchos pero como si estuvieran cubiertos de sustancias resbalosas, se les escapan, no pueden subirlos a las patrullas; no obstante, pronto llenan los vehículos con esas escurridizas criaturas que semejan sardinas al través de las ventanillas.

Una joven menuda y esbelta, vestida de negro, con dos pearsings, -aretes- en el labio inferior, choca con un joven que carga mochila y guitarra; lo mira al través de la cortina de cabello semejante a alas de cuervo que cubre su rostro infantil. Sin mediar palabras, lo besa en la boca. Luego se aleja como el resto de jóvenes que corren para escapar de los policías.

Siete adolescentes ensangrentados y semi inconscientes, son recogidos en ambulancias de la Cruz Roja. Los demás desaparecen por las calles entre el saturado tráfico del cierre de los comercios aledaños.

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