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Leticia Salazar Castañeda
Llegó un momento en que mi casa era todo lo que había soñado aún cuando todos somos eternos insatisfechos. Sin embargo, tomando en cuenta lo difícil que es lograr nuestras metas: yo deseaba una casa... Después de trabajar arduamente durante unos veinte años, mi hogar se parecía mucho a lo que había deseado durante toda mi vida, sobre todo su jardín: árboles, follaje, caminitos de begonias, tulipanes, margaritas, gardenias; y en navidad florecían las noche buenas como banderitas de la paz... en fin: a mis ojos, mi jardín parecía el edén pregonado por
Yo jamás he tenido nada en contra de las abejas, todo lo contrario: respeto su menester en la vida y por ello su hábitat. Pero resulta que ellas no respetaron el mío. Yo comprendo que las abejas no entiendan de derechos, de espacios privados, de temores humanos, de respeto a la propiedad privada, etc. Yo entiendo todo eso. Pero, ¿quién me salva de sus dolorosos guijones una vez que los insectos invaden mi jardín?
Fui y hablé con
Repito que tengo mucho respeto por todos los seres vivientes de este mundo, mas un insecto es un insecto; no obstante, los insectos y yo más o menos logramos poner en claro que ese jardín era mío; aún cuando todo insecto tiene la capacidad y quizá la libertad de adueñarse de todos los espacios de la tierra, si tomamos en cuenta que en el principio la tierra no era para los humanos, nosotros llegamos después, supuestamente con los mismos derechos de toda criatura viviente.
Como haya sido, hay humanos que no podemos soportar a ciertos insectos, e insectos que no están dispuestos a respetar a los demás. A algunos podemos tolerarlos, pero otros nos son insoportables y, ¡yo le tengo mucho miedo a las abejas! Se lo dije a
Empecé a poner trampas, muros, alambradas para que me dejaran en paz, ya que se bebían mi agua, usaban mi teléfono, se comían todos los frutos de mi jardín y de paso no me dejaban descansar con su zumbido, el cual me obligó a mantener cerradas puertas y ventanas; pero ellas siempre encontraban resquicios por dónde introducirse en mi vida íntima. Yo me dije: ¿acaso tendré que matarlas? Los medios para exterminarlas no me faltaban, pero sabía que la solución no era ésa ¿cuánto tardarían en llegar otras? Además, eso de ir por la vida matando insectos no lo considero aceptable, ya que destruiríamos nuestro propio ecosistema. Y Considero que cada una de nuestras acciones debe tomarse en cuenta en el sentido universal; es decir: si hipotéticamente yo mato un enjambre estoy admitiendo que todo ser humano tiene derecho a matar un enjambre; si yo lastimo a un niño, o robo o asesino estoy aprobando que cualquiera tiene el derecho de hacerlo ¿Qué podía hacer entonces?
Así pasaron los años hasta que me hice vieja, y las abejas iban y venían por mi jardín. Ya vieja no pude trabajar y, como es normal, me llegaron las enfermedades... ello me obligó a vender mi casa, era demasiado grande, ya no podía mantenerla limpia mucho menos podía atender mi jardín. Hoy vivo en un departamentito situado en un cuarto piso en el que sólo puedo tener macetas con flores en la ventana, mas ahora tengo la ciudad como jardín, desde aquí diviso los millones de abejas merodeando entre los transeúntes para inyectarles su aguijón.
En ocasiones me veo obligada a quitar mis flores de las ventanas y mantener éstas cerradas. Entonces, mis flores y yo, quedamos a aisladas y a oscuras, mas es la única forma de librarnos de los insectos, en este caso las abejas.
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